Mao Tse Tung[1] llevó el
marxismo-leninismo hasta sus últimas consecuencias por lo menos en un aspecto
fundamental: el de construir la alianza obrero-campesina en el seno de la
guerra del pueblo y tomar así el poder.
Siguiendo
a Lenin, definió el pueblo, ubicó las clases y las capas sociales que formaban
el pueblo y localizó así al enemigo nacional interno, apoyo de los
imperialistas extranjeros.
Y en el
seno del pueblo distinguió las dos fuerzas: la fuerza principal y la fuerza
dirigente.
La fuerza
dirigente era la clase obrera que se contaba por cientos de miles y la fuerza
principal el campesinado que se contaba por centenas de millones.
La fuerza
dirigente no era suficientemente poderosa para tomar por sí sola el poder y la
fuerza principal no podía dirigir por sí sola su poderío.
Algunos
que querían tomar del leninismo sólo las apariencias creían que bastaría con
que la fuerza dirigente copara las ciudades,
los “centros nerviosos del país”, con huelgas y demostraciones que progresaran
paulatinamente hacia la insurrección.
Eso
significaba en los hechos mantener separada a la fuerza dirigente de la fuerza
principal, tomando en cuenta la vasta extensión planetaria de China.
Hubo
grandes matanzas a causa de esta concepción. La clase obrera china fue
masacrada y no sólo simbólicamente en Shanghai y otras grandes ciudades.
Mao Tse
Tung sacó al leninismo de la trampa de las ciudades y en las cabezas y los
pechos y los brazos de los obreros y en las cabezas y la boca y las manos de
los intelectuales y en las organizaciones del partido: se llevó la fuerza dirigente
hacia el corazón –fortaleza inexpugnable– de la fuerza principal las masas
trabajadoras del campo.
Y nos
enseñó, asimismo, que en la época del imperialismo agresor, esta tarea es desde el inicio una tarea que en uno u otro sentido necesita
la garantía de las armas
Así el
Partido Comunista de China, el partido de la clase obrera, pudo unir a los
trabajadores del campo para la gran guerra del pueblo, la doble guerra del
pueblo:
la guerra
contra la invasión imperialista japonesa y la guerra contra las clases
dominantes chinas y sus lacayos comunes, los militaristas de la explotación
encabezados por el sangriento Chiang Kai Chek; la guerra por la liberación
nacional y la guerra por la nueva democracia que abrió el camino del
socialismo.
Así entró
el leninismo al mundo de los países colonizados y neocolonizados: atravesando
ríos y desiertos en la Larga Marcha hacia el norte, oliendo a sangre y pólvora, sufriendo el
hambre y la sed, descalzo y harapiento pero con el fusil relumbrante (“el poder
nace del fusil pero el fusil es dirigido por el [partido”) dibujando a pincel en ideogramas bajo la luz de las lámparas de
aceite: bajo la lluvia y la nieve y el sol implacables, como una antorcha
obrera que levantó hasta el cielo las llamaradas de la pradera campesina,hasta
volver rojo al sol.
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